¡Cómo duele mirarlas!
Las pobres casas
apenas se distinguen de la tierra.
Un montículo más,
minado de lagartos y de ortigas.
Hace tiempo que el último habitante
abandonara el barco que se hundía,
ya no hay ecos de trilla, ni de siega,
ya no hay calor de cuadra ni de vida.
Tan sólo la cigüeña
en lo alto de la pobre torre en ruinas,
sigue su sempiterno machaqueo,
y vuela y caza y cuida a su familia.
Por entre algún portón desvencijado,
entre algún muro gris que se derrumba,
van creciendo unas hierbas amarillas,
como las que se ven entre las tumbas.
Sólo el viento que silba en el otoño,
penetra en los rincones, donde un ida
hubo noches de amor, llantos y risas,
mecer de cunas, penas y alegrías.
Escúchame cigüeña:
Tú que dominas en la lejanía
sabes que hay gentes que de aquí se fueron
y en otras partes de la tierra habitan.
Diles que no se olviden de su pueblo
y que llenen de luz su nueva vida.
Diles, que cada nueva primavera
se abren las amapolas encendidas
y después de las lluvias del otoño
canta el arroyo como siempre hacía
Diles que el mundo es amplio y es de todos
que hay hogar, donde habita una familia
que al fin y al cabo, tú también te marchas
buscándole horizontes a tu vida.
Di que si vuelven, no vengan vencidos
como viene a morir la garza herida,
que vuelvan, como vuelven las cigüeñas
a empezar una nueva melodía.
Diles que la campana de la torre
que tocó en su bautismo, ya lejano
a veces, empujada por el viento
serenamente, les está llamando.
Pero ahora,
sigue aquí, dulce cigüeña
dando vida al rincón casi olvidado,
enseñando a volar a tus dos hijos
para que un ida marchen de tu lado.
Y Tú, también te irás
pero recuerda,
ese pequeño pueblo abandonado
que espera, que al llegar la primavera
vuelve la vida, con vuelo blanco…
Tan sólo la cigüeña
¡Ay si pudiera yo volar tan alto!
Autora: Rosa del Olmo (ha obtenido un premio en Genjo de Granadilla)